De Smiljan Radic se dicen cosas. Se dice que es dueño de una arquitectura que bordea la escultura. Se dice que tanto por su estética como por su silencio es admirado por sus pares. Se dice —también— que es tan hermético que ni siquiera tiene un sitio en internet para promover su obra. Todo eso se dice de este arquitecto chileno, de 52 años, antes que comience su charla “+ - un año”, en el Festival Puerto de Ideas en Valparaíso (Chile), donde repasa sus últimos trabajos.
“Decir algo —decir algo más— siempre me ha parecido imposible o muy difícil. Yo siempre recolecto cosas de todos lados. Y eso es lo que hago. No hay mucho más que eso: de invención hay poco. A pesar de todo, uno tiene que terminar hablando, diciendo cosas. Y hoy vamos a hablar de lo que he podido y no he podido hacer en el último año”, dice al comienzo de su charla, en el palacio Cousiño, de Valparaíso.
Desde hace cinco años —cuenta— trabaja en dos proyectos emplazados en la Región del Biobío. El primero es el Teatro Regional, en Concepción, que terminó su etapa de obra gruesa y se encuentra en una fase de envoltura mediante una membrana de teflón: se iluminará por dentro como si fuera una lámpara de papel.
“La idea es poder eliminar la sensación de institución. Si uno puede lograr eliminar la sensación de que un teatro es una institución, y sino más bien es una especie de artefacto que está puesto en la ciudad, al cual debería ser fácil de entrar, empieza a ser el artefacto mismo una especie de espectáculo”, dice Radic ante un salón repleto de estudiantes de arquitectura.
El espectador no tendrá que entrar a una sala oscura para sentir que está dentro de un teatro. El mismo edificio le provocará la sensación antes a través del manto que lo vela y que indica que algo se esconde ahí dentro.
La obra —dice Radic— no está pensada solo para abastecer sólo a la Región del Biobío. “Siempre fue concebido como un teatro nacional. Creíamos —y hemos estado tratando de insistir— que la expectativa no es regional sino que nacional. Eso tiene que ver con la escala, con la resistencia de los materiales”, dice.
A diez kilómetros, en San Pedro de la Paz, Radic proyectó un centro cívico de 14 mil metros cuadrados para los vecinos de la población Boca Sur. “Tendrá salas de uso múltiple, también una especie de anfiteatro raro, un gran muro de 100 metros que tendrá un graffiti, una cancha de baby fútbol y un arenal para juego de niños”, detalla. “Está concebido con todo lo necesario para que resista en el tiempo, en este barrio, uno de los más estigmatizados que hay en Chile”, comenta sobre este centro que ya lleva unos 10 años en construcción.
Rocas
Radic cuenta que suele trabajar junto a su señora, la escultora Marcela Correa, en un sinfín de proyectos: casas, restaurantes, pabellones. En sus primeras obras, como consecuencia directa o indirecta, aparecen elementos pesados, como rocas, en contraposición a elementos livianos, otorgados por las zonas vernáculas donde le gusta construir.
“La naturaleza ya no es algo que hay que mantener, sino algo que hay que empezar a hablar uno a uno con ella. Ya no tomándola como algo a que hay que hacerle redención, sino que algo que hay que cuidar, pero también dialogar con ella”, explica mientras muestra una serie de proyectos que hizo junto a Christian Kerez en un taller de la Universidad de Zúrich.
Construcción
Radic —aclara— le gusta más condesar lo que hace usando la palabra construcción en vez que la palabra arquitectura.
“Es raro pensar que existan pruebas de lo pensado. Se piensa arquitectura a través de lo que se construye o de las construcciones. No de otra manera. Lo demás es pensamiento puro. Algo que en circunstancias muy especiales me atrae. Y esto es clave en la explicación de esta conferencia. Al aceptar esta premisa, la cosa debería —de alguna manera— demostrarse pensamiento. Pero sabemos que esto es imposible porque las cosas no hablan. Por eso uno debe usar palabras. Pero personalmente prefiero incentivar entre los más jóvenes —que son quienes más me interesan, y con los que menos tengo contacto en la realidad— las visitas a terreno, los viajes para ver si todo lo que se nos dice de las construcciones —que es lo único que me interesa— es algo cierto, que de lo que me están hablando es cierto. En este sentido me gusta más la palabra construcción que la palabra arquitectura”, comparte Radic.
¿Pero por qué la palabra construcción? “Porque es más abierta y permite que distintas disciplinas o distintos oficios se integren en esta palabra. Un escultor puede construir, un niño puede construir, un poblador puede construir, a un poeta burgués le puede gustar construir. Hay muchos ejemplos de construcción y mucha alteración y mucha gente que puede construir. Y eso hace que esta palabra sea definitivamente más abierta. Para la arquitectura, en cambio, se necesita un especialista. Eso es bueno y malo”.
Cartón
El problema de la arquitectura —dice— es que dentro de ella a veces todo cabe. Es una suerte de caja de cartón, colmada de herramientas, que a veces se agujerea.
Dice: “La arquitectura, a mi modo de ver como palabra, es una especie de caja de cartón abierta que en su interior hay instrumentos de otros lados que uno puede agarrar y usar. Uno puede meter cosas dentro de esta caja y usarlas para construir otro tipo de cosas. Y muchas veces esta caja se desfonda. Y eso es lo que yo no quiero. Las cosas —estos instrumentos— se desparraman por una especie de campo un poco difuso, poco acotado, que es lo poco interesante que tiene la arquitectura. A mí solo me preocupa rearmar la caja. Eso es lo que yo hago. En lo posible una caja intelectualmente austera, acotable, con un discurso basado en la construcción de un oficio, o en lo que yo he tratado de creer que es una profesión, principalmente para no aburrirme de ella muy luego”.
Obra gruesa
Radic cuenta que este mes lanza un libro sobre su trabajo, “Obra gruesa”, que repasa 80 obras proyectadas entre 1995 y 2015. Diseños aclamados como la “Casa para el poema del ángulo recto”, un homenaje al arquitecto Le Corbusier, que construyó junto a la escultora Marcela Correa (su señora) en la cordillera de la Región del Maule. Y también Nave: el edificio del centro de Santiago que renovó para ubicarle una serie de salas culturales.
“Entre los 50 y 60 años la profesión para algunos arquitectos se empieza a transformar en una actividad, en una especie de performance, y muchas veces se pierde el rumbo. La construcción se empieza a diluir en un mundo de ideas o de actividades anexas. Eso no me gusta. Prefiero seguir en la construcción. Quizás por eso el libro “Obra gruesa” ha demorado dos años a pesar de que se trata solo de cómo se producen las construcciones y no sobre las construcciones mismas”, cierra.
Esta es la versión extensa de un artículo publicado el lunes 13 de noviembre en el diario chileno Las Últimas Noticias (LUN), por Ignacio Molina (@Molinaski). Molina trabaja como periodista en LUN y colabora en el sitio web de VICE México. Ha escrito artículos para El Mercurio, Paula, Paniko y Quimera.